jueves, abril 30, 2009

HENNING MANKELL: El chino

Tenía una deuda pendiente con Mankell, porque había leído críticas estupendas de él y por recomendación de algunos de los que amablemente dejáis comentarios en este espacio. Así que decidí comenzar mi incursión con esta novela, la última que ha publicado. En ella Mankell prescinde de su personaje más entrañable, el detective Kurt Wallander, y da el protagonismo a una jueza, Birgitta Roslin, que será la encargada de despejar el misterioso asesinato con el que empieza la historia. Una historia que versa sobre venganzas históricas y en la que China, con todos los cambios políticos y económicos que está sufriendo en la actualidad, se convierte en el escenario de la mayor parte de la novela.

La trama comienza con un asesinato múltiple que deja a la policía completamente horrorizada: una mañana casi toda la población de una aldea idílica perdida entre los bosques suecos, Hesjövallen, aparece brutalmente asesinada con una violencia desmedida, incluidos los animales de compañía. Los únicos supervivientes son una pareja de mediana edad y una anciana que padece demencia senil. La policía atribuye el suceso a una mente perturbada, un loco psicópata que habría actuado llevado por unos impulsos asesinos fuera de toda lógica. No obstante, la jueza Birgitta Roslin reconocerá entre algunas de las víctimas a los padres adoptivos de su madre, y eso le llevará a acercarse al escenario del crimen y comenzar así una investigación paralela a la policial en la que descubrirá que detrás del asesinato se esconde una trama complicada con ramificaciones que llegan mucho más allá de las fronteras de Suecia.

Este es, a grandes rasgos, el argumento de la novela. El ritmo es ágil, y los personajes son sólidos y están bien construidos. Es una novela que atrapa al lector, aunque en algunos tramos pueda hacerse algo prolija, especialmente cuando el autor se refiere a los cambios acontecidos en China en los últimos tiempos y en las abundantes referencias a la revolución comunista de Mao. Y es que el gigante asiático ocupa un lugar fundamental en esta novela. Es interesante también la parte dedicada al trabajo forzoso de los chinos en la construcción de ferrocarriles en EEUU durante el siglo XIX, que aparece en la novela a través de un largo flashback que ayuda al lector a despejar algunas de las incógnitas del múltiple asesinato en tierras suecas.

Menkell se muestra muy preocupado en esta novela por las consecuencias del crecimiento de la población y el aumento de la pobreza originado por los grandes cambios económicos que China está sufriendo desde hace unas décadas. El autor se hace eco del enfrentamiento existente en el país entre dos posturas claramente antagónicas, la del aperturismo económico y consiguiente inmersión en el sistema capitalista, y la de la conservación de los principios comunistas con el objetivo teórico de una mayor igualdad social. Mankell plantea los posibles peligros a que esto puede llevar, y juega en su novela con la posibilidad de un posible aumento de la presencia china en África a través de la colonización de algunos territorios menos habitados para dar salida a una población pobre muy numerosa que de otro modo podría causar graves desórdenes al Partido Comunista en el poder. Según el propio autor, que vive a caballo entre Suecia y Mozambique, esta posibilidad es más que probable, pues él mismo ha constatado un aumento palpable de la presencia china en este continente en los últimos años. No obstante, en el colofón que incluye al final de la novela, Mankell nos aclara que su intención en todo momento no ha sido otra que la de escribir una obra de ficción. Ahí queda eso.

El personaje de Birgitta, antigua militante comunista en sus años de juventud, le sirve a Mankell para reflexionar sobre los cambios acontecidos en la izquierda europea desde los años sesenta hasta la actualidad. Se advierte una crítica implícita al aburguesamiento y a la renuncia a los ideales de igualdad vivida por muchos de esos jóvenes "revolucionarios" de los sesenta, aunque a la vez dicha realidad aparece como algo en cierto modo inevitable. Pero también reflexiona Mankell sobre la radicalidad de aquellos partidos comunistas influenciados por la doctrina maoísta que tenían un comportamiento más parecido al de una secta que al de un partido político propiamente dicho. Es un debate muy interesante el que se plantea desde este punto de vista.

Como podéis ver, la novela esconde mucho más de lo que su trama parece anunciar al principio. Es una lectura muy recomendable, aunque siento decir que no he encontrado esa brillantez a la hora de escribir que tanto se ha destacado en las -desde mi punto de vista- odiosas comparaciones realizadas con Stieg Larsson, el autor de Los hombres que no amaban a las mujeres. Quizás debería haber empezado con una de las novelas sobre Wallander, el detective que tanta admiración levanta en los lectores habituales de Mankell. No obstante, la lectura de El chino me ha abierto el apetito, y volveré a este escritor sueco para conocer de primera mano el personaje que tanta fama le ha dado dentro del mundo de la novela negra.

P.D: Hace poco he terminado también el segundo libro de la trilogía de Stieg Larsson, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y lo he disfrutado tanto o más que el primero. Sigo pensando que las obras de Larsson están muy por encima de los best sellers habituales, y por eso desde aquí no puedo dejar de recomendarlo. Ahora a esperar la conclusión de Millennium, que muy pronto se publicará en nuestro país.

viernes, abril 17, 2009

HARUKI MURAKAMI: Tokio Blues

Tokio Blues es el tercer libro que leo de uno de mis autores fetiche, Murakami. Y aunque me sabe mal decirlo, es el que menos me ha gustado hasta ahora. No tiene la magia de Kafka en la orilla, ni de Al sur de la frontera, al Oeste del sol. Es mucho más oscuro, más angustioso, porque los personajes están perdidos y no consiguen encontrar su camino ni dejar atrás los fantasmas que les atormentan. No obstante, a pesar de lo dicho anteriormente, consigue atrapar al lector en esa atmósfera tan típica que sólo Murakami es capaz de tejer. Hay párrafos que hipnotizan nuestros sentidos, como si entráramos en una habitación japonesa, nos sentáramos relajadamente en el tatami, y nos pusiéramos a meditar. El autor nos transporta a un paisaje urbano, el de la ciudad de Tokio, en el que sin embargo no hay sitio para el estrés ni las prisas. La vida fluye y los personajes nadan en ella, en un ambiente de tranquilidad que nos envuelve página tras página.

La historia es narrada como un largo flashback. Watanabe, de treinta y siete años, aterriza en un aeropuerto alemán y antes de bajar del avión escucha por los altavoces Norwegian Wood, una canción de los Beatles que le hace evocar su época de estudiante en los años sesenta. La cadena de recuerdos comienza con un paseo hipnótico por un prado con la bella Naoko, la novia de su mejor amigo, Kizuki, que se convierte en el primer amor importante en la vida de Watanabe. Este tendrá que enfrentarse a un duro golpe, que le hará entrar de forma súbita en la edad adulta, cuando Kizuki decide quitarse la vida con sólo 17 años. Este hecho marcará un antes y un después en la vida de Watanabe, un joven melancólico y solitario que arrastrará siempre el recuerdo de lo acontecido a Kizuki:

"Hasta entonces había concebido la muerte como una existencia independiente, separada por completo de la vida. 'Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos atrape nos veremos libres de ella.' Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en esta orilla; la muerte en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí. A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una manera tan simple. La muerte no se contrapone a la vida. La muerte había estado implícita en mi ser desde un principio. Y este era un hecho que, por más que lo intenté, no pude olvidar. Aquella noche de mayo, cuando la muerte se llevó a Kizuki a sus diecisiete años, se llevó una parte de mí."

Por su parte la frágil Naoko, un personaje entrañable por la tristeza que arrastra y la dulzura con la que Murakami la retrata, está aún más perdida que Watanabe, y su delicada salud psíquica la hace extremadamente vulnerable. Watanabe, enamorado de ella, luchará por protegerla y sacarla del pozo en el que parece haberse sumergido. La relación entre ambos es, a mi juicio, la parte más hermosa de la novela.

El retrato que Murakami hace de los jóvenes tiene poco que ver con la imagen que la literatura nos suele dar de ellos. Watanabe se comporta casi como un adulto en muchos aspectos, aunque en ocasiones parece perdido; se mueve sin rumbo, sin saber a dónde le llevarán sus pasos. El sexo tiene una presencia bastante importante a lo largo de la novela, y sirve a Murakami para contraponer el comportamiento de Watanabe, que no renuncia a las relaciones fugaces pero no encuentra en ellas el consuelo que necesita, y el de su amigo Nawasaga, un joven promiscuo que vive el sexo como una verdadera filosofía de vida, sintiéndolo como algo necesario para mantener vivo su abultado ego. Por otro lado el sufrimiento aparece como uno de los aprendizajes forzosos al que todos tenemos que enfrentarnos alguna vez en la vida. La importancia del dolor como obstáculo que hay que salvar para seguir adelante aparece de forma muy evidente en reflexiones como ésta: "El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esa tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar ese dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso."

Es curioso que esta novela se publicó en España en el año 2005, después de que Murakami fuese ya un escritor consagrado y tras la publicación de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Sputnik, mi amor, y Al sur de la frontera, al oeste del sol. Sin embargo en realidad fue la primera de éstas que escribió, en 1987, y precisamente fue el éxito arrollador de esta novela el que hizo que el escritor se marchara de su país, primero a Europa y después a Estados Unidos, donde reside actualmente.

De nuevo son abundantes en la novela las referencias a una gran variedad de canciones de los años 60, tanto de jazz como de la cultura pop. De hecho, una de ellas, Norwegian Wood (madera noruega), es la que completa el título de la novela y, como he mencionado más arriba, la que da pie al río de recuerdos del joven Watanabe. Os dejo aquí un vídeo de Youtube donde podéis escucharla y leer la letra. ¿Qué mejor forma de terminar una reseña de Murakami?

Más reseñas de obras de Haruki Murakami:
- Al sur de la frontera, al oeste del sol
- Kafka en la orilla

viernes, abril 10, 2009

MARTA RIVERA DE LA CRUZ: La importancia de las cosas

Nuestra amiga Carmen nos lanzó hace unas semanas una propuesta a algunos de los que nos dedicamos a hacer reseñas literarias en la red. Esta consistía en leer el nuevo libro de una autora para mí desconocida, Marta Rivera de la Cruz, y comentar nuestras impresiones (fueran estas positivas o negativas) en nuestras respectivas bitácoras. Para ello se ofrecía a hacernos llegar el libro de forma totalmente gratuita. Me pareció una buena idea y acepté, y debo confesar que no me arrepiento de ello. La importancia de las cosas no es ninguna obra maestra, pero su lectura se disfruta y nos hace pasar un buen rato. Aunque algunos detalles no me acabaron de convencer, me sorprendí enganchada a la historia y a unos personajes que tienen su no sé qué, que cobran vida y se cuelan en la mente del lector sin que éste se percate de ello.

El protagonista es un profesor universitario, Mario Menkell, un hombre en principio gris y anodino que lleva una existencia solitaria y anclada en la rutina. Famoso por haber escrito una novela que la crítica encumbró de forma unánime, no se ha atrevido aún a enfrentarse al desafío de volver a escribir, y consume sus días dando clases de creación literaria en una prestigiosa universidad privada. Lleva años enamorado en secreto de una de sus colegas de profesión, pero está completamente convencido de que el suyo será por siempre un amor platónico, y parece hallarse conforme con ello. Su monótona existencia se ve sacudida de forma imprevista cuando el inquilino de un piso que tiene alquilado aparece ahorcado en el mismo. Este suceso, y el descubrimiento de que dicho personaje se dedicaba a coleccionar todo tipo de objetos extravagantes, van a desencadenar una serie de acontecimientos que acabarán con la tranquilidad en que antes vivía y lo lanzarán de lleno a una aventura en la que se mezclan los elementos típicos que dan solvencia a una novela: el amor, las intrigas y los secretos del pasado. El progresivo conocimiento de la vida de su misterioso inquilino, Fernando Montalvo, y los motivos que le llevaron al suicidio, cambiarán por completo la vida de Menkell y tendrán repercusiones en su futuro como autor literario.

El estilo de Marta Rivera es sencillo y atrapa con facilidad al lector. No hay grandes reflexiones ni párrafos dignos de ser subrayados en esta novela (yo al menos no los he encontrado). No obstante, en general está bien escrito, y realmente se disfruta al leer. Sin embargo, he echado de menos una mayor complejidad en cuanto a la forma de escribir. En ocasiones la autora da demasiadas explicaciones al lector, como si este no fuese capaz de hacer ciertas deducciones por su propia cuenta. Y a veces esas explicaciones resultan inverosímiles. Es lo que ocurre cuando, con ocasión de un encuentro entre los protagonistas y un personaje que se desarrolla en Milán - por lo que presuponemos que la conversación se desarrollará en italiano- la autora nos transmite a través de sus personajes cómo aprendieron ambos el idioma, siendo la explicación innecesaria por lo ridícula que resulta (un curso por correspondencia o un noviazgo de seis meses con un italiano no creo que den para hablar esa lengua con fluidez). Por otra parte, hay detalles que no ajustan bien con la trama, que chirrían en cierto modo. Es lo que ocurre con el enfado desproporcionado de uno de los alumnos de Menkell, Pablo Caspe, ante la posibilidad de que despidan a su profesor, porque ya no podrá corregirle la novela que está escribiendo (¿acaso no podría hacerlo aunque ya no fuese su profesor o es que va a marcharse de España si lo despiden?) o la historia entre Menkell y su adorada Beatriz, que a veces carece de toda verosimilitud.

A pesar de estos pequeños "deslices", La importancia de las cosas es una novela interesante y con una trama bien urdida no exenta de belleza. El misterioso suicida, Fernando Montalvo, es a mi parecer el personaje más fascinante. De él no conocemos nada en un principio, y a medida que vamos adentrándonos en los entresijos de su vida, nace una corriente de simpatía hacia él. Su historia es el broche final que cierra la novela. El principio de la misma nos deja entrever cuál será el camino que recorreremos de la mano de Marta Rivera a lo largo de estas páginas:

"De no ser por un cúmulo de circunstancias escasamente ordinarias, los caminos de Mario Menkell y Fernando Montalvo no hubieran tenido nunca la ocasión de cruzarse. Habían nacido con destinos distintos, y sus expectativas personales eran tan diferentes entre sí, que resultaba casi milagroso el que sus vidas se hubiesen tocado, ni siquiera de refilón, en algún punto de la sinuosa trayectoria vital de cada uno. Pero así es el azar. Asi lanza los dados la fortuna. Y los hados, o algún dios sin nombre, quisieron jugar de esa forma las cartas de la suerte, quizás para divertirse, o a lo mejor para dar a Mario Menkell la oportunidad de enderezar su vida."

Dice Palimp en su Cuchitril Literario, a propósito de este mismo libro, que "no siempre son mejores los platos de alta cocina; a veces una buena barbacoa entre amigos se disfruta más." Me parece un símil estupendo, y lo suscribo completamente. Aire fresco y una lectura agradable para pasar un buen rato. Esa es la receta de Marta Rivera de la Cruz. Y la verdad es que funciona.

sábado, abril 04, 2009

DANIEL PENNAC: Mal de escuela

Al fin un poco de tiempo para dejarme caer por aquí. Estas últimas semanas me ha sido imposible visitar este espacio ni tampoco ninguno de los blogs por los que tanto me gusta pasarme. Ahora tengo unos días por delante para descansar y, cómo no, tiempo para dejaros alguna que otra reseña y poder así compartir mis lecturas con todos vosotros.

Hace un par de semanas terminé de leer Mal de escuela, de Daniel Pennac. El libro me ha resultado interesante, máxime teniendo en cuenta que gira en torno a mi profesión, pero a decir verdad me esperaba un poco más de él. No obstante, he subrayado frases y degustado reflexiones sobre los problemas educativos que Pennac destaca en su obra, los cuales coinciden en su esencia con los que padecemos los docentes españoles. Me ha gustado especialmente la visión optimista que Pennac tiene de los adolescentes, incluso de aquellos que -como él mismo- califica de auténticos "zoquetes" (palabra que utiliza de forma abundante en el libro). El mensaje que subyace a toda la novela es que no hay que dar ningún caso por perdido, aunque es imposible "salvar" a todos nuestros alumnos. No obstante el profesor no debe dejar de intentarlo, de involucrarse en la tarea que realiza. Tiene que vivir su profesión, pues sólo así tendrá posibilidades de atraerse al alumnado a su campo. La pasión docente es la mejor garantía de poder obtener buenos resultados. Y si no funciona, al menos lo habremos intentado.

"La presencia del profesor que habita plenamente su clase es perceptible de inmediato. Los alumnos la sienten desde el primer minuto del año, todos lo hemos experimentado: el profesor acaba de entrar, está absolutamente allí, se advierte por su modo de mirar, de saludar a sus alumnos, de sentarse, de tomar posesión de la mesa. No se ha dispersado por temor a sus reacciones, no se ha encogido sobre sí mismo, no, él va a lo suyo, de buenas a primeras, está presente, distingue cada rostro, para él la clase existe de inmediato."

Es una percepción que comparto al cien por cien. Por eso a veces nuestro trabajo resulta tan agotador. Porque no se trata de entrar en la clase, pasar lista, dar unas cuantas explicaciones, controlar el comportamiento de los alumnos (labor que en algunos grupos puede absorber prácticamente todas nuestras energías), y despedirse hasta el día siguiente. El docente tiene que llegar mucho más allá. Debe convencer a sus alumnos de que adora la materia que está impartiendo. Debe convencerles de que, durante el tiempo que dura la clase, no hay nada más relevante que aquello que se está explicando. Esa "pasión" puede resultar agotadora a veces, pero si conseguimos el efecto deseado, la clase se convierte en un lugar y un momento mágicos. Alumnos y profesor juntos de la mano, todos a una, compartiendo una experiencia histórica, literaria o matemática. No importa la asignatura, aunque en algunas es más fácil conseguir este efecto.

"Una sola certeza: la presencia de mis alumnos depende estrechamente de la mía: de mi presencia en la clase entera y en cada individuo en particular, de mi presencia también en mi materia, de mi presencia física, intelectual y mental, durante los cincuenta y cinco minutos que durará mi clase."

A lo largo de la novela, el autor va desgranando retazos de su propia vida, narrándonos su experiencia en las aulas primero como alumno y más tarde como profesor. Sus problemas para comprender la mayor parte de las materias, su falta de concentración y de estímulo a la hora de ponerse a estudiar, el hecho de ser un estudiante mediocre, en fin, no impidieron a Pennac convertirse en un profesor, mejor dicho en un buen profesor, o al menos es lo que se deduce de la lectura de su libro. La importancia de la educación para ayudar a este tipo de alumnos, para arrebatarlos de salidas fáciles como pueden ser la delincuencia o la marginación, es una de las máximas que el autor defiende con más fuerza. La enseñanza entendida como salvación:

"Los profesores que me salvaron -y que hicieron de mí un profesor- no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más... Y acabaron sacándome de allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente nos repescaron. Les debemos la vida."

Los problemas que arrastraba Pennac en la escuela convencieron a sus padres de la necesidad de apuntarle a un internado. Para él la experiencia fue más o menos satisfactoria, pues le permitió concentrar sus energías en el estudio, sin tener que dar explicaciones diarias a su familia del porqué de sus dificultades académicas. En su camino hacia la redención de la zoquetería, Pennac destaca la labor de varios profesores, y la importancia que tuvo para él la lectura, hábito que le ayudaría a terminar de una vez por todas con sus problemas ortográficos. Con el tiempo, el zoquete Pennac, el alumno difícil, llegaría a estudiar una carrera universitaria y a convertirse en profesor. Y entonces tendría que enfrentarse a la historia desde el otro lado. Ahora era él el encargado de ayudar a alumnos que, como en su propio caso, parecían incapaces de "llegar a ser algo" algún día. Su experiencia le sería entonces muy útil para hacer frente a estos casos, porque él había sido uno de ellos.

Sería demasiado prolijo continuar enumerando aquí las numerosas reflexiones que se contienen en Mal de escuela. Sólo añadiré que son necesarios libros como este, que nos den una visión positiva y realista de las dificultades que entraña la profesión docente. En una sociedad que, en líneas generales, está perdiendo el respeto por nuestro trabajo, que sólo mira hacia nuestras supuestas comodidades, sin pararse a pensar en la complejidad de nuestra tarea y en la cantidad de trabajo extra que un buen profesor debe realizar en casa para llevar adelante su trabajo, es reconfortante que se nos devuelva un halo de prestigio y de consideración por lo que hacemos, pues la mayoría de los que hemos elegido esta profesión lo hemos hecho convencidos de que es una de las labores más hermosas que existen. Pennac nos devuelve la fe en lo que hacemos, y demuestra que, en casos como el suyo, la educación fue un verdadero instrumento de redención.