viernes, febrero 29, 2008

Los secretos de Jane

Jane Austen es otra de mis (tantas) asignaturas pendientes en literatura. He visto algunas adaptaciones cinematográficas de sus novelas, entre ellas la bellísima Sentido y sensibilidad de Ang Lee. El otro día vi una de las películas que se le han dedicado recientemente, La joven Jane Austen, basada en los últimos datos que se han averiguado sobre su biografía. En ella se narra su posible romance con un joven aspirante a abogado con quien finalmente no le fue posible contraer matrimonio. Una historia que, al parecer, dejó marcados a ambos jóvenes para siempre.

Buceando por Internet pude encontrar más información al respecto. Tanto Jane como su hermana Cassandra permanecieron solteras toda su vida. Cassandra perdió a su futuro marido a causa de la fiebre amarilla en las costas de Santo Domingo, donde había ido a buscar fortuna para poder casarse con ella. El caso de Jane es algo más misterioso. Con 2o años conoció a Thomas Lefroy, un encuentro que hasta ahora no había sido demasiado valorado por sus biógrafos, creyéndose que la relación con este duró poco tiempo. Sin embargo, algunos hechos dan a entender que la historia fue mucho más importante para ambos, pues Jane se alojó en casa del tío de Tom en Londres un año después de su presunta ruptura, y Lefroy escogería el nombre de Jane para su futura hija, fruto de su matrimonio con otra mujer.

En la película se plantea que el motivo de que la relación no siguiese adelante pudo ser el rechazo que hacia la figura de Jane, ya por entonces una escritora en ciernes, sentía el tío de Tom, a sabiendas además de la escasa solvencia económica que poseía la familia de la joven. Sin contar con la ayuda de su tío, que le mantenía y le apoyaba en su carrera jurídica, el joven Tom se las vería y desearía para mantener a sus numerosos hermanos, por lo que finalmente renunciaría al matrimonio con Jane. Aunque esto no deja de ser una hipótesis, no desencaja en absoluto con una época en que los matrimonios por amor eran una excepción y las mujeres eran consideradas más adorables cuanto menor fuese la inteligencia que demostrasen. Una época difícil para el romanticismo y el enamoramiento.

Se sabe que Jane tuvo luego otro romance con un hombre que murió al poco tiempo, y que en 1802 se prometió en matrimonio con Harris Big-Whither, compromiso que rompió días después. Y poco más es lo que se conoce de su vida amorosa.

Me parece significativo que una mujer que escribió historias de amor tan bellas como Orgullo y Prejuicio nunca llegara a compartir su vida con otra persona. No deja de ser paradójico, y triste. ¿Realmente su aventura con Lefroy le marcó para siempre? ¿O es que nunca se enamoró de la forma en que lo hacían las protagonistas de sus novelas? Es difícil saberlo. Quizás la Jane Austen casada se habría consumido en su hogar y no hubiese llegado a ser la escritora que hoy conocemos. O quizás el amor le habría dado aún más alas para escribir más y mejor. Lo que sí es cierto es que, desgraciadamente para ella y otras muchas mujeres que vivieron situaciones parecidas, nacieron en un tiempo en el que el mundo no estaba preparado para tratarlas como se merecían. Y todavía pasaría mucho tiempo antes de que esto empezase a cambiar.

Ellas nos abrieron un camino. Y hoy aún no hemos acabado de recorrerlo.Imagen: arriba la actriz Anne Hatheway caracterizada como Jane Austen. Abajo un retrato de la verdadera Jane.

sábado, febrero 23, 2008

Para los que aún no hemos perdido la ilusión

Aunque Pérez Reverte no me agrada demasiado -le seguía hace muchos años, y me leí casi todas sus novelas por entonces, pero llegó a cansarme y a molestarme su pedantería y sus salidas de tono- reproduzco aquí uno de sus artículos en la revista XL Semanal que ha logrado tocarme la fibra sensible. Porque me he sentido así muchas veces. Y porque dice verdades a gritos que muchos responsables políticos no quieren escuchar.

Se lo dedico a todos aquellos que aún no han perdido la ilusión en lo que hacen, sean o no docentes como el protagonista de esta historia.

Un héroe de nuestro tiempo

Ahí sigue, el tío. Aún no se ha vuelto un mercenario de la tiza, de esos que entran en el aula como quien ficha donde ni le va ni le viene. Tal vez porque todavía es joven, o porque es optimista, o porque tuvo un profesor que alentó su amor por las letras y la Historia, cree que siempre hay justos que merecen salvarse aunque llueva pedrisco rojo sobre Sodoma. Por eso, cada día, pese a todo, sigue vistiéndose para ir a sus clases de Geografía e Historia en el instituto con la misma decisión con la que sus admirados héroes, los que descubrió en los libros entre versos de la Ilíada, se ponían la broncínea loriga y el tremolante casco, antes de pelear por una mujer o por una ciudad bajo las murallas de Troya. Dicho en tres palabras: todavía tiene fe.

Aún no ha llegado a despreciarlos: sabe que la mayor parte son buenos chicos, con ganas de agradar y de jugar. Tienen unas faltas de ortografía y una pobreza de expresión oral y escrita estremecedoras, y también una escalofriante falta de educación familiar. Sin embargo, merecen que se luche por ellos. Está seguro de eso, aunque algunos sean bárbaros rematados, aunque los padres hayan perdido todo respeto a los profesores, a sus hijos y a sí mismos. «Voy a tener que plantearme quitarle de su habitación la play-station y la tele», le comentaba una madre hace pocas semanas. Dispuesta, al fin, tras decirle por enésima vez que lo de su hijo estaba en un callejón sin salida, a plantearse el asunto. La buena señora. Preocupada por su niño, claro. Desasosegada, incluso. Faltaría más. La ejemplar ciudadana.

Pero, como digo, no los desprecia. Le conmueven todavía sus expresiones cada vez que les explica algo y comprenden, y se dan con el codo unos a otros, y piden a los alborotadores que dejen al profesor acabar lo que está contando. Le hacen estremecerse de júbilo las miradas de inteligencia que cambian entre ellos cuando algo, un hecho, un personaje, llama de veras su atención. Entonces se vuelven lo que son todavía: maravillosamente apasionados, generosos, ávidos de saber y de transmitir lo que saben a los demás.


En ocasiones, claro, se le cae el alma a los pies. El «a ver qué hacemos todo el día con él en casa», como única reacción de unos padres ante la expulsión de su hijo por vandalismo. Por suerte, a él nunca se le ha encarado un chico, ni amenazado con darle un par de hostias, ni se las han dado, el alumno o los padres, como a otros compañeros. Tampoco ha leído todavía el texto de la nueva ley de Educación, pero tiene la certeza de que los alumnos que no abran un libro seguirán siendo tratados exactamente igual que los que se esfuercen, a fin de que las ministras correspondientes, o quien se tercie, puedan afirmar imperturbables que lo del informe Pisa no tiene importancia, y que pese a los alarmistas y a los agoreros, los escolares españoles saben hacer perfectamente la O con un canuto. Mucho mejor, incluso, que los desgraciados de Portugal y Grecia, que están todavía peor. Etcétera.

Y sin embargo, cuando siente la tentación de presentarse en el ministerio o en la consejería correspondiente con una escopeta y una caja de postas –«Hola, buenas, aquí les traigo una reforma educativa del calibre doce»–, se consuela pensando en lo que sí consigue. Y entonces recuerda la expresión de sus alumnos cuando les explica cómo Howard Carter entró, emocionado, con una vela en la cámara funeraria de la tumba de Tutankhamon; o cómo unos valientes monjes robaron a los chinos el secreto de la seda; o cómo vendieron caras sus vidas los trescientos espartanos de las Térmópilas, fieles a su patria y a sus leyes; o cómo un impresor alemán y un juego de letras móviles cambiaron la historia de la Humanidad; o cómo unos baturros testarudos, con una bota de vino y una guitarra, tuvieron en jaque a las puertas de su ciudad, peleando casa por casa, al más grande e inmortal ejército que se paseó por el suelo de Europa. Y así, después de contarles todo eso, de hacer que lo relacionen con las películas que han visto, la música que escuchan y la televisión que ven, considera una victoria cada vez que los oye discutir entre ellos, desarrollar ideas, situaciones que él, con paciente habilidad, como un cazador antiguo que arme su trampa con astucia infinita, ha ido disponiendo a su paso. Entonces se siente bien, orgulloso de su trabajo y de sus alumnos, y se mira en el espejo por la noche, al lavarse los dientes, pensando que tal vez merezca la pena.

martes, febrero 19, 2008

NICOLE KRAUSS: La historia del amor

Tiene Nicole Krauss una habilidad especial para envolvernos con sus palabras, como si de un velo se tratara, y hacernos flotar con una historia que en sí no es demasiado novedosa ni original. Sin embargo, su fluidez narrativa la convierten en una autora prometedora, si bien creo que este libro no está a la altura de algunas de las excelentes críticas que ha recibido, entre ellas la del premio Nobel de Literatura, J.M. Coetzee.

No conocía a esta autora hasta que alguien muy cercano me habló de ella. Sin leer ninguna crítica ni ninguna referencia a su obra, me aventuré con La historia del amor, un libro que tiene como telón de fondo el marco de la persecución judía durante el domini nazi, aunque su hilo argumental va mucho más allá. Se trata en realidad de dos historias -entre las que se entrelazan algunas más- que confluyen en la parte final. Por un lado la de Leo Gursky, un cerrajero polaco que vive en Estados Unidos y está jubilado, y por el otro la de la adolescente Alma Singer, que por una serie de azares del destino lleva el mismo nombre que la mujer que Leo ha amado durante toda su vida, y de la que además tiene un hijo -Isaac- que desconoce la identidad de su verdadero padre. Un viejo manuscrito que Leo escribió antes de abandonar Polonia es el elemento que acabará uniendo las vidas de ambos personajes. Ese manuscrito contiene un relato llamado La historia del amor, en cuyos pasajes Krauss demuestra un lirismo que se aproxima mucho al campo de la poesía.

Los personajes secundarios tienen una fuerte presencia en este libro, y le dan una complejidad original: el misterioso Litvinoff, amigo de Leo y secreto depositario de su obra, que más tarde publicaría él mismo adjudicándose su autoría; la misteriosa Alma Mereminski, el amor juvenil de Leo; Bird, el hermano de la Alma adolescente que se cree depositario de una importante misión religiosa, y especialmente el mejor amigo de Leo, Bruno, que al final de la obra nos revelará su verdadera condición. Aparecen aún otros personajes, y todos tienen su función específica en la novela.

Realmente me parece una novela recomendable, más por lo que anuncia y deja entrever que por las conquistas narrativas que alcanza. No obstante, consigue emocionar y atrapar al lector, que parece flotar sobre sus páginas embrujado por la prosa de Krauss. Quizá el fondo no sea todo lo denso que esperamos cuando nos enfrentamos a una gran novela, pero la forma y las cualidades de algunos personajes -sobre todo el anciano Leo, que la autora pinta con un trazo más que sincero- la convierten en una lectura más que interesante. Puede que en el futuro Nicole Krauss nos deslumbre con una verdadera obra maestra. Por el momento, La historia del amor, al menos, se aproxima en algunos aspectos a esta categoría.

Por cierto, encontré en el libro un guiño a El tambor de hojalata, de Gunter Grass, que me ha llamado mucho la atención. Ahí queda dicho, por si interesa a futuros lectores.

lunes, febrero 11, 2008

Para los nostálgicos...

Vuelvo a estar más que atareada con exámenes, cursos y varias cosas que tengo por ahí. Siempre le acabo quitando tiempo al blog, que al fin y al cabo es mi ventana a un mundo maravilloso del cual no puedo estar desconectada demasiado tiempo. Por eso, y mientras termino el libro que tengo entre manos, he querido dejaros un vídeo que me mandaron el otro día y que me trajo a la cabeza tiempos pasados llenos de ratos de televisión y buenos momentos. Más de uno soltará la lagrimita...

sábado, febrero 02, 2008

INGRID BETANCOURT: La rabia en el corazón

Ingrid Betancourt es una heroína. Después de leer este libro y de haber investigado un poco sobre su vida, no se me ocurre otro calificativo mejor para definirla. Como todos los héroes, tiene sus virtudes y sus defectos, pero su valentía, su arrojo y su imprudencia -en determinadas ocasiones-, la convierten en una persona fuera de lo normal, de esas que se sienten llamadas a cumplir una misión y entregan su vida a ello, sacrificando –con todo el dolor de su corazón- aspectos a los que muchos de nosotros no podríamos renunciar, como el hecho de tener que alejarte de tus propios hijos. Así es Ingrid, y así lo narra en este libro que tiene dosis de intriga y acción propias de una novela.

La rage au coeur (La rabia en el corazón) es la historia, narrada por ella misma, de esta mujer extraordinaria, desde su infancia y juventud a caballo entre Bogotá y París, hasta poco después de su elección como senadora en Colombia, consiguiendo un apoyo masivo entre los votantes. Sus padres tuvieron una influencia decisiva en el futuro político de Ingrid, pues su padre había sido ministro de Educación y diplomático, y su madre acabaría separándose de su marido y dedicándose a la vida política en Colombia. Ingrid muestra en todo momento una gran devoción hacia sus dos progenitores, a los que admira sin ningún tipo de fisuras.

Casada en primeras nupcias con el diplomático francés Fabrice Delloye, Ingrid tendría dos hijos de este matrimonio, Melanie y Lorenzo. Durante estos años (década de los ochenta) su vida no presagiaba lo que habría de venir en el futuro. Era la esposa perfecta, encargada de preparar muchas de las recepciones que daba su marido, y dedicada a la crianza de los dos pequeños. Su marido fue trasladado varias veces durante ese período: Ecuador, las islas Seychelles, Los Ángeles… Ingrid se siente cada vez más triste de estar fuera de su país natal, y el amor por esa Colombia que ella cree poder transformar crece con fuerza en su interior. Tras meditarlo mucho –y supongo que por un cúmulo de razones- Ingrid decide separarse de su marido en 1990, y dejando atrás a toda su familia, incluso a sus hijos, se marcha a Bogotá.

Con la ayuda de su madre, Ingrid comienza su carrera política desde abajo. No cabe duda de que los contactos de sus padres le abrieron muchas puertas, pero Ingrid muestra en todo momento una determinación increíble que le hace ganar cada vez más adeptos. Se une al Partido Liberal, y en 1994 es elegida diputada. Es ahora cuando empieza su lucha implacable contra la corrupción en que vive enquistada la mayor parte de la clase política colombiana. Ingrid denuncia las relaciones entre un gran número de políticos –incluido el mismísimo presidente, Ernesto Samper- y los cárteles de narcotraficantes, y se convierte en una figura adorada por unos y vilipendiada por otros. Muy pronto comienza a recibir amenazas de muerte. Casada de nuevo y conviviendo con sus hijos, que se han mudado a Colombia con ella, toma una de las decisiones más duras de su vida: envía a sus hijos a Nueva Zelanda, donde vive su ex marido, pues teme que pueda ocurrirles algo.

Ingrid continúa su “misión”. En 1998 decide dejar el Partido Liberal, donde ha encontrado muy pocos apoyos, y fundar un nuevo partido, Oxígeno, cuyo lema será la lucha contra la corrupción. Ese mismo año es elegida senadora con un número de votos muy alto, más de 150.000. Ingrid se sabe querida por el pueblo y se plantea un nuevo reto, más difícil aún, la carrera presidencial. No podrá ver cumplido su sueño, pues en febrero del 2002 es secuestrada por las FARC, junto a su amiga y colaboradora Clara Rojas, cuando se dirigía a San Vicente de Caguán, para mostrar su apoyo al nuevo alcalde de esa localidad que pertenecía al partido Oxígeno.

Me ha fascinado la personalidad de Betancourt. Aunque en determinados momentos parece a punto de derrumbarse –y no es para menos, dados los obstáculos que va a encontrarse una y otra vez en su camino- muestra una valentía a prueba de bomba. Es admirable su empeño en denunciar las corruptelas de la clase política de su país aun poniendo en riesgo su propia vida. Su idealismo, su fe en que Colombia se convertirá tarde o temprano en una verdadera democracia, es el motor que le guía en esta lucha sobrehumana. El nivel de corrupción en que se mueve el gobierno y muchos políticos colombianos llega a poner los vellos de punta. El recurso al asesinato para eliminar opositores molestos era algo habitual, y los culpables siempre acababan escapando a la justicia.

Quizás su secuestro podría haberse evitado, tanto desde el Gobierno, que no le proporcionó el helicóptero militar que ella había requerido para viajar a San Vicente, teniéndolo que hacer por tierra (un trayecto mucho más peligroso), como por la propia Ingrid, que fue avisada por el Ejército de la presencia de guerrilleros de las FARC en su camino. Puede que ella se creyera en cierto modo indestructible, como les sucede a los héroes cuando vencen las pruebas con las que se enfrentan una y otra vez. Desgraciadamente para Ingrid, esta vez la suerte no estaría de su lado.

Cuando este libro se publicó, en francés, se convirtió en un best seller en Francia, pero en cambio en Colombia fue duramente criticado. El mismo Samper demandó su publicación en el país galo, pero no consiguió que fuese retirado del mercado. El libro termina con estas bellas palabras, que reflejan el amor de Ingrid por el país sudamericano:

"Amo la vida apasionadamente; no tengo ganas de morir. Todo lo que construyo para Colombia es también para tener la felicidad de envejecer allí. Para tener el derecho de vivir allí, sin temer por el sufrimiento de todos aquellos a los que amo."

Esta es pues una historia inacabada. Porque Ingrid Betancourt aún sigue en manos de las FARC. Sigue secuestrada, tras casi seis años, en unas condiciones infrahumanas, como han demostrado las últimas pruebas de vida que se han conseguido de ella. Su familia y los gobiernos francés y colombiano siguen luchando por su liberación. Al parecer, Ingrid está cada vez más cansada y, conociendo su fortaleza, debe haber padecido mucho para caer en ese estado. Esperemos que esta pesadilla acabe pronto. El mundo necesita de personas como Ingrid Betancourt. Y ella necesita un final feliz para su historia.